lunes, 24 de diciembre de 2018

Serie: Sherlock

Sherlock 



En esta versión contemporánea sobre las historias del detective Sir Arthur Conan Doyle. El Dr. John Watson es un veterano de la guerra de Afganistán y conoce al brillante, Holmes cuando Holmes coloca un aviso buscando un compañero de apartamento.

Mi opinión:

Simplemente brutal. Así. Tal cual. 
Podría terminar mi opinión aquí y sería suficiente, pero supongo que queréis que os hable un poco más de esta maravillosa serie.

Todos, seamos lectores o no, conocemos a Sherlock Holmes y John Watson. Las aventuras de esta pareja son irremediablemente famosas, y han sido llevadas varias veces a la gran pantalla. A pesar de que la historia original está ambientada en 1887, en esta versión de la BBC veremos una reinterpretación de los casos originales: estudio en escarlata, los sabuesos de Baskerville, la caída del Reichenbach y otros más, dividos en cuatro temporadas de tres largos episodios cada una.

Nuestra historia comienza con el mítico primer encuentro entre los personajes principales. El regreso de Afgnistán de John y la necesidad de Sherlock por tener un compañero de piso, les lleva a ambos a meterse de cabeza en la investigación de varios suicidios en serie.
En este primer capítulo se bosqueja de manera muy acertada cómo son ambos personajes con el resto del mundo (y esto es importante porque a medida que veamos más capítulos veremos como la relación de Sherlock y John es completamente diferente a como se comportan con los demás). Hay que hacer especial hincapié en Sherlock, evidentemente, pues nunca se ha denifido por ser una persona amable y cordial. Por el contrario, una de sus mejores caracterísicas (aparte de su extraordinaria capacidad de deducción) es, precisamente, la de ser un psociópata en potencia.

La serie se desarrolla entre diferentes investigaciones, que se despliegan con muy buen ritmo. A pesar de que cada uno dure una hora y media, el ritmo no decae en ningún momento, y siempre hay un hilo conductor que desemboca en el final de temporada.
Los casos, como ya he dicho, son interpretaciones modernas de los escritos por Arthur Conan Doyle, pero es cierto que guardan muchísimas similitudes (que te arrancan una sonrisa si has leído los libros).
Y, sin embargo, no es esto lo que más fascina de la serie.

Si hay algo que destacar en Sherlock es, precisamente, su protagonista. Interpretado por Benedict Cumberbatch es OBLIGATORIO ver la serie en su idioma original. La maestría de este actor es envidiable, y os juro que hay escenas en las que, sin hablar, dice muchísimas cosas. Además, la ternura que produce al enfrentarse a un mundo que no le comprende es impresionante, y estoy segura de que pocos actores podrían enfrentarse a un reto así. (De hecho, os invito a ver el siguiente vídeo, donde Sherlock hace una muy rápida deducción).

¿Quién no podría admirar a este señor?



Al margen queda incluso el hecho de que yo esté obsesionada con la relación Sherlock-John. Antes de nada recalcar que no, no son gays, pero hay una cantidad de escenas tan intensas entre ellos, que yo estaba DESEANDO que lo fueran.
Jamás he visto una relación de amistad tan sólida, tan bien llevada, tan hermosa. De hecho, es una historia dentro de la historia, que ha dado para cientos de ilustraciones y cientos de teorías. Y es que sí... no puedes evitar ver la serie y no desearlo.

Visualmente hablando, la serie es preciosa. Tiene planos acojonantes (como en el capítulo de la caída del Reinchebach) y otros que hará que se nos rompa un poco el corazón. (Y sí, chic@s, yo he llorado como una magdalena en más de una ocasión). Como ya he dicho antes es una historia aparentemente sencilla, pero muy compleja a la hora de analizar todos los detalles. Es fácil de seguir, muy adictiva y con un elenco deslumbrante.

¿A qué esperáis a verla? 



¡Os dejo el trailer del capítulo especial de Navidad! *_* 


jueves, 20 de diciembre de 2018

Reseña: Planeta Dónald (Adolfina García)

Planeta Dónald 




El primer contacto de la humanidad con una especie extraterrestre se produjo en un momento en el que el planeta se encontraba agostado y contaminado, y la población, diezmada y debilitada por los efectos de una guerra mundial. En esas circunstancias, la aplastante superioridad tecnológica de los invasores les llevó a la colonización del planeta.

Han pasado 156 años y los dónald gobiernan el planeta con una dictadura paternalista, que coarta algunas libertades, pero permite que los humanos lleven vidas tranquilas y confortables. Sin embargo, todo va a cambiar por la irrupción de un grupo extremista y el descubrimiento de una amenaza de origen desconocido que se cierne sobre el planeta.

En esta sociedad mestiza en transformación deambulan varios personajes: Connie, una mujer con fobia social experta en cinematografía arcaica; Max, un adolescente que se involucra en el activismo antidónald; Vidar, un ermitaño que vive en los bosques de Oslo; Jim, un alcohólico atormentado por la muerte de su hijo; Pilar, profesora en la reserva de Iberia, y un dónald, Alper, sobre cuyos hombros pesa la responsabilidad de llevar las riendas del continente más poblado del mundo: Europa.

Mi opinión:

Sí, lo sé, hace años que no subo nada. No tengo excusa. Pero espero que tras esta entrada sigan muchas más (más que nada porque voy a escribirlas del tirón), así que os prometo que este fin de año va a estar lleno de reseñas de series y libros que he visto a lo largo de estos meses.

Y sí, vamos a empezar por esta novela que no me canso de recomendar: Planeta Dónald.
Esta novela de ciencia ficción social llegó a mis manos en el Celsius de este año, y fue todo un descubrimiento. Su autora, Adolfina García, fue muy cercana durante el evento y gracias a ello pude hacerle una entrevista que podéis ver aquí.

Planeta Dónald nos habla de una invasión alienígena. Tal cual. Pero no nos cuenta cómo ocurre. Sí nos habla de las consecuencias, de cómo toda nuestra línea de pensamiento y existencia cambian radicalmente cuando llegan los Dónald. Tras 156 años del Contacto, tanto la política como la sociedad han sufrido un cambio impresionante que veremos reflejado en los personajes (cada capítulo nos habla de un personaje diferente, aunque todos los hilos argumentales se entremezclan en algún punto). Esta forma de narrar la novela me pareció muy acertada para que el impacto final surtiera efecto. El desarrollo de cada personaje, de cada trama, está medido al milímetro. Es un proceso muy estudiado y que, en mi opinión, orienta al pensamiento para que nos formulemos ciertas preguntas.

Porque sí, porque os vais a calentar la cabeza. ¿Son los Dónald una plaga? ¿Atentan contra nuestra libertad de expresión? ¿Son políticos correctos? ¿Somos, quizá, meras mascotas de un ser superior? ¿Hasta qué punto el ser humano puede rechazar la libertad?
Son muchas preguntas las que te haces a lo largo de la lectura, pero Adolfina ha sabido responderlas capítulo a capítulo.
Yo, por ejemplo, me declaro pro Dónald. (Sí, soy fan de los patos espaciales) Creo que la idea de que nos gobierne cuya línea de pensamiento sea la de proteger a ambas especies no me desagrada. No obstante, no toda la política dónald es correcta y ese es, de hecho, uno de los puntos principales de la novela: un intento de cohesión entre ambas razas.

Como podéis ver, la novela especula con qué podría pasar de asentarse un sistema político diferente. Aquí entran en juego no solo ideales, si no también la propia tolerancia y el respeto. A lo largo de la narración veréis muchos ejemplos de esto (como Connie y Evige, sin ir más lejos) y también, evidentemente, nos toparemos con el radicalismo más extemo.
Llegado este punto me gustaría recalcar este tema porque me pareció fascinante ver como algo que, en apariencia es una tontería, genera algo tan inmenso y pernicioso. Me refiero, si no sabéis nada de la novela, al terrorismo. Ahora que os he explicado todos los puntos claves de la novela, quiero detenerme en Max y sus compañeros. Max es un chico joven, muy influenciable, que se une al activisimo anti-dónald por encajar. Y aunque parece una tontería, a través de sus capítulos descubriremos cómo se monta una celula terrorista y como avanza como un cáncer. Es, sinceramente, impresionante. De hecho recuerdo (aunque hace tiempo que me leí la novela) que sentía pavor cuando pensaba en cómo algo tan turbio puede crecer tan rápidamente. Y sí, diréis, es una novela y todo está magnificado... pero recordad en qué tiempos estamos viviendo.

Al margen de los temas más oscuros de Planeta Dónald, nos encontramos también con un canto a la vida que merece ser analizado. Dejamos atrás a Max y a los HT, y nos adentramos en la historia de Jim. Aunque me gustaría hablar largo y tendido sobre esta trama, no voy a hacerlo por temor a hacer spoiler. Me limitaré a decir que toca temas muy humanos, como el amor a la vida y a las segundas oportunidades. Además, aprenderemos mucho sobre la reproducción Dónald, que es realmente muy interesante. (Y yo me morí de amor :3)

Y luego están los demás personajes, cada uno con una historia y con un tema de importancia crucial a lo largo de la novela. Un ejemplo sería Connie, cuyo desarrollo nos habla de la tolerancia, o Alper, que nos habla de los problemas políticos y de cómo se encabeza una búsqueda para destituir a los HT.  Cada personaje está construido de una manera maravillosa. Son profundos, ricos, sorprendentes y profundamente cautivadores. Además, al estar guiados por la excelente narrativa de Adolfina, hace que se vuelvan muy nítidos y reales, como si los conociéramos de toda la vida.

La verdad es que no tardé nada en leerme la novela. El hilo argumental está muy bien lanzado y la narrativa no decae en ningún capítulo. Además, tiene ritmo in crescendo, por lo que a medida que lees sientes la necesidad de leer más, hasta que la trama estalla en un final muy bien llevado y que me dejó muy buen sabor de boca... aunque me dejó una última pregunta.

¿Habrá segunda parte? :D

Escena favorita: 


Pues... tengo dos. El momento en el que Max entra en el museo de arte dónald y, por supuesto, la última escena suya. Me pareció BRUTAL. 

¿Dónde comprarlo?


Si lo queréis en físico podéis comprarlo en la FNAC de Callao, en la Casa del Libro o en la página de la editorial. 

Y si lo preferís en digital, en amazon


martes, 27 de noviembre de 2018

Inauguramos sección: ¡Anécdotas de eventos!

Anécdotas de eventos: Salón del Manga de Murcia




¡Buenos días!

Madre mía, acabo de fijarme en que llevo como dos meses sin tocar el blog. Me siento fatal, en serio, pero entre unas cosas y otras no he tenido ni tiempo ni ganas de ponerme a ello (y eso que he visto un montón de series y he leído un montón de libros...) Sea como sea, he decidido regresar al blog, así que he pensado que contaros cómo funcionan los eventos a los que asisto podría ser curioso y entretenido. 
Llevo ya un tiempo dedicándome a ello (trabajo con la editorial Alberto Santos) y aunque el evento sea pequeño siempre te topas con alguna curiosidad o con algo digno de contar a los demás. Así que... ¿por qué no compartirlo? ¡Espero que os guste esta nueva sección!

Bueno, antes de nada tengo que deciros que montar un evento de estas dimensiones supone una cantidad de trabajo ACOJONANTE. Parece una tontería, pero cuando vamos a un evento de estas dimensiones (al menos si vamos como posibles clientes) no vemos la cantidad de trabajo que acumula algo así: contratación de stand, montaje, contratación de artistas, la organización de espacios, recepción de mercancía, distribución de actividades, concursos, sorteos, etc. Es un follón de mucho cuidado así que, si alguna vez os veis en la tesitura de que algo no está como os gustaría... recordad el trabajo que hay detrás y pensad que incluso los organizadores más veteranos son humanos. 

Y ahora... empecemos por el principio. Nuesta aventura se remonta al jueves, cuando Sara y yo partimos de Madrid en dirección a Murcia sin un puñetero pasajero de Bla Bla Car porque la GENTE ES MUY CÓMODA. (Vamos a ver, si salimos de Coslada, salimos de Coslada, no vamos a dar la vuelta al mundo para ir a buscarte a Narnia, es un poquito injusto, ¿no crees? ESPECIALMENTE CUANDO ALCALÁ DE HENARES ESTÁ A TRES PARADAS DE METRO DE AQUÍ, EJEM). Así que nos vimos ambas solas y de camino a Murcia, a lo desconocido. 

Tras unas cuatro horas de viaje llegamos a la ciudad, sin percances reseñables (lo de las canciones de disney a todo trapo ya os lo cuento otro día, que no viene al tema :p). Encontramos el airbnb sin problema y rezamos a los dioses para que este estuviera limpio y para que nuestros compañeros fueran personas razonables y limpias. Y más o menos fue así, sí. El piso estaba genial, tres habitaciones, un cuarto de baño, la cocina y el salón... pero estaba todo el día lleno de gente. ¡Habíamos ido a parar a un piso de estudiantes! Así que os podéis imaginar la tónica de esos tres días: gente yendo y viniendo (mientras nosotras nos moríamos en la cama, agotadas) y fiesta por todas partes. (De hecho, imaginad esto: el piso estaba encima de una plaza llena de bares, así que había alegría, humo y gritos a todas horas). Eso sí, los chavales eran la mar de majos, y nos dejaron una notita super simpática que nos daba la bienvenida a Murcia. 

Ahora sí, tras dejar las maletas, abandonamos el piso fiestero y nos adentramos en las entrañas de Murcia en busca del recinto donde íbamos a trabajar. Yo iba completamente forrada (coño, no os imagináis el frío que tenía) y parecía el muñeco de Michelín en color negro y azul. 

Mi gorrito de Umbreon mola mucho, lo sé

Finalmente, tras atravesar medio mundo para llegar al auditorio, alcanzamos nuestro destino. Y aquí empezó realmente el fin de semana: ¿y nuestra mercancía? ¿y nuestro stand? ¿y las mesas? ¿y las acreditaciones? Os juro por lo más sagrado que esas fueron las únicas cosas que escuché en cuanto entré al auditorio. Todavía recuerdo las caras de agobio de las pobres voluntarias, que ya no sabían cómo atendernos a todos. Pero eh, que son unas profesionales como la copa de un pino, y supieron arreglarlo todo a tiempo. Conseguimos nuestra mercancía, nuestra pulserita amarilla brillante y nuestras mesas correspondientes. Así que Sara y yo cogimos de nuevo el petate y montamos la mesa con las 28 cajas que nos mandó mi editor. Ya sentíamos el cosquilleo que precede a tres días de trabajo intenso, así que sonreímos, saludamos a nuestros compañeros... y nos marchamos, esperando que el día que venía (el viernes) fuera un día lleno de ventas.

Pero no fue así. En absoluto. 
De hecho, fue un desastre cojonudo. 

¡¿Dónde coño estaba todo el mundo?! ¿Y los compradores? ¡A mí me habían dicho que en Murcia se vendía la hostia! Pues nada, oigan. Un montón de niños pequeños cargados con mochilas escolares que se aterrorizaban ante la palabra LEER y que, literalmente, huían de nuestro puesto.

Pues empezábamos bien, sí. Solo a partir de mediodía la cosa pareció cambiar un poco, así que empezamos a respirar de nuevo. Yo firmé dos <<Rohan y los perros del rey>> y me hice una foto (que no tengo) con una de mis nuevas lectoras. 



Pero como tampoco había mucha gente y esta no parecía querer comprar nada... me fugué a los stands de al lado con el dinero apretado en la mano y dispuesta a llevarme algún que otro recuerdo. Y VAYA SI LO ENCONTRÉ. Apenas dos stands más allá encontré a una ilustradora maravillosa a la que compré una ilustración de Sherlock (y que Sara tiene guardada como oro en paño). También conocimos al director de Fist of Jesus, un corto gore y muy curioso sobre Jesucristo que atrajo a una oleada de gente. Os lo juro. De hecho, os voy a dejar el trailer de dicho corto por si queréis echarle un vistazo.




También conocimos a la Asociación La Comarca, a los creadores de un juego de cartas 100% murciano llamado <<El rey Paparajote>>, a una ilustradora que hacía crossover de Pokémon y Sailor Moon y a una pareja que hacían, con resina, colgantes y tótems vikingos. (De hecho, ¿sabíais que en Murcia hay una comunidad bastante interesante de Odinistas?) Al finalizar el día ya habíamos gastado más dinero del que habíamos ganado, pero teníamos una colección de recuerdos bastante interesante. De hecho... os voy a presentar a la estrella del evento: nuestro charmander Go´el. (Tendríais que haberme visto cuando Sara me lo trajo, casi morí de emoción)

Go´el, guardián de los libros

Al finalizar el viernes habíamos vendido solo trece libros. Y eso es algo que deprime a cualquiera. Pero bueno, el sábado siempre es el día fuerte, así que pusimos nuestro empeño en pensar en que tarde o temprano la fería se arreglaría.
Pues bien, tras abrir varios huevos de pokémon y capturar una decena de estos de camino, de nuevo, al evento, descubrimos... LA FILA. Os lo juro, centenares de gente apiñados en la entrada del evento, esperando su turno para entrar. Y claro, viendo semejante panorama nos miramos Sara y yo y dijimos: hoy sí que sí, hoy es nuestro día.

Pues tampoco. De hecho casi fue peor que el viernes. La frase más repetida del evento fue: <<Bueno, me lo pienso>>. Y JAMÁS SE LO PENSARON, OIGAN. Eso sí, descubrimos que en Murcia hay un gran número de pensadores :p 
De este día sí que recuerdo alguna que otra anédcota curiosa, como dos niños que vinieron específicamente a nuestro puesto a comprar los libros de la línea juvenil porque el año pasado habían comprado otro de la colección y les había encantado. De hecho firmé otros dos libros y charlé con mis mini lectores hasta que se marcharon. También recuerdo otra muchachilla muy dulce que me dijo que le había encantado Rohan, y que a ver si sacaba otro libro más. 
Sé que parece una tontería, pero... esas cosas ayudan muchísimo a que los escritores sigamos escribiendo. 
Volviendo al sábado... reconozco que salimos del evento muy tristes. Apenas habíamos vendido nada, y solo nos quedaba el domingo para hacer algo decente con todo lo que teníamos. Regresamos al piso cabizbajas, nos comimos los gritos de los borrachos de esa noche y partimos, horas después, con el amanecer, al último día de evento.

Y aquí TODO CAMBIÓ. La cola para entrar era considerablemente menor, pero esta vez venían con ganas de conocernos. Hubo incluso un rato que teníamos una pequeña fila de gente que quería ver nuestros libros, así que nos pusimos las botas y empezamos a repartir libros a diestro y siniestro. Y AHORA SÍ,  vimos, en unas horas, todo el potencial lector de los murcianos: amantes del terror, de la ciencia y ficción y, sobre todo, de la fantasía. Conocimos a muchísima gente con la que charlamos de libros descatalogados y difíciles de encontrar, de autores muertos y vivos y, a título personal, me topé con muchos de mis lectores que me pedían consejos para escribir una novela. Esto creí que jamás me pasaría, pero tras vivirlo puedo decir que me encanta hablar con vosotros. No importa la edad que tengáis, siempre es divertido hablar con futuros autores. Además, también me topé con una cosplayer a la que acosé. Sí, literalmente. De hecho, os dejo la foto que nos hicimos *_* 

¿Os he dicho ya que adoro a Sherlock?


Evidentemente, el domingo fue infinitamente mejor que los dos días anteriores. De hecho, para que os hagáis una idea, hicimos más caja ese día que los dos anteriores. Además, recuerdo una anécdota muy curiosa: a media mañana apareció una chiquilla de unos doce años, que buscaba una novela romántica. Como es lógico, no le ofrecí ninguna de las que tenemos en la editorial, pues no me parece muy normal que una niña tan pequeña se meta entre pecho y espalda una novela que pueda tener escenas de sexo. Aun así estuvimos hablando de qué libros le gustaban, y ESPERAD, QUE LLEGA LO BUENO.
Resulta que me conocía. Que me había leído en Wattpad. Y que adoraba a Marcus y a Rose, de Conquistando lo imposible. Imaginad mi cara, ¿ok? Fue absolutamente maravilloso, ¿vale? De hecho estuvimos hablando sobre la novela y recordaba detalles que incluso a mi se me habían olvidado. Me preguntó dónde podría comprarla en papel y se fue, literalmente corriendo, a decírselo a su madre, tras apuntarse que también tenía que leer Recordando lo imposible. Firmé, además, otro Rohan y me hice una foto con una lectora muy simpática, que casi no me llegaba al hombro. 

Y aunque nos dolió, al poco, llegó la hora de cerrar. Comprobamos que estaba todo en su sitio, que todo había salido bien y nos acomodamos en mitad del camino para ver cómo los voluntarios lanzaban farolillos de colores al aire (como en la película de Enredados). Fue un espectáculo muy bonito, casi íntimo (ya no había clientes) y extrañamente conmovedor. 
Llegaron entonces las despedidas y la promesa de vernos otro año... o en otro evento. 

De hecho, ¿sabéis que voy al MangaFest? :p 

¡Os contaré más el próximo día! :D 

¿Qué os ha parecido la crónica? ¿Interesante? ¿Aburrida? ¡Dadme vuestra opinión! 








martes, 11 de septiembre de 2018

Mi primer beso (Película)

Mi primer beso 




Elle Evans es una adolescente que acaba de desarrollarse físicamente y que nunca ha besado a nadie. Elle nació el mismo día que su mejor amigo, Lee Flynn, con el cual tiene una relación muy estrecha porque sus madres también son íntimas amigas. Ambos tienen un pacto de amistad con ciertas normas que seguir, entre las que se incluye que ella no se enrolle con el hermano de él. Esto supondrá un problema cuando este, que además es el chico popular del instituto al que ninguna chica se le resiste, fije su atención en Elle, quien no es inmune a sus encantos. ¿Será capaz de mantener el pacto o seguirá su corazón?

Mi opinión:

¡Hola a tod@s!

He estado liada de un lado para otro, y os juro que he estado a punto de cerrar el blog un par de veces. Pero luego... lo pienso y se me pasa. Supongo que una entrada al mes no es suficiente, pero voy haciendo lo que puedo.

En fin, como podéis suponer... tengo una lista kilométrica de libros y películas sobre las que opinar, así que voy a empezar con esta, que es la primera que tengo apuntada.

Bueno, <<Mi primer beso>>. Vi esta película cuando la vi anunciada en Netflix (cuando reinaba Carolo, vamos) y aunque este género no es el que más me llama la atención, decidí darle una oportunidad. (Ya sabéis lo que opino acerca del trabajo y las oportunidades). 

¿Y qué me encontré entre sus fotogramas? Una película sencilla, divertida y entretenida, cuyo argumento es previsible y azucarado, y que sigue la línea de suposición de cualquier espectador. 
Aun así, repito, me resultó agradable y fresca, me arrancó un par de carcajadas y me dejó un sabor de boca dulzón y suave.

Mi primer beso nos habla de la historia de Elle y Lee, dos adolescentes que se han criado prácticamente como si fueran hermanos (nacen en mismo día, sus madres son íntimas amigas), lo que no evita que tengan, a veces, sentimientos encontrados entre ellos. Y aunque supongo que todos creeréis que la historia de amor habla de ellos dos... ¡error! Lee tiene un hermano mayor, un adolescente popular, guapo, sexy... y que parece solo tener ojos para ella, se de la situación que se de. Sin embargo, he aquí el problema: desde pequeños, Elle y Lee tienen una lista de normas que, bajo ningún concepto, deben saltarse. Y esta, claro está, es una de ellas: Elle jamás se liará con su hermano mayor, so pena de perder una amistad de años.

Pero las cosas no son tan fáciles, pues Elle lleva muchos años enamorada de su hermano... y ahora que empieza a ser visible, ¿cómo negarse la posibilidad de ser feliz? Especialmente cuando la caseta de besos que han montado para recaudar fondos parece un buen reclamo... 

A partir de aquí, extendida ya la trama, cual red, se sucederán varias situaciones divertidas en las que Elle tendrá que evitar que Lee se entere de sus sentimientos y de lo que hace para espolear u olvidar estos. A esta mezcla explosiva hay que añadir también la propia participación de Noah, el hermano de Lee, que hará lo posible para alejar a Elle... ¿o es, precisamente, para lo contrario? 

Los personajes, al igual que la historia, son sencillos y algo estereotipados: la chica tímida que se vuelve popular, el chico popular y aparentemente rebelde, el mejor amigo de toda la vida. Incluso los padres son un estereotipo de felicidad. Pero en una película así, ¿qué podemos esperar? A fin de cuentas es una comedia romántica, por lo que idealizan hasta los problemas. 
Evidentemente, el personaje mejor caracterizado es la propia Elle. Es una chica sencilla, alocada y está dispuesta a hacer todo lo que sea necesario para llegar a un equilibrio. No siempre toma las decisiones más adecuadas, pero me pareció un personaje decente. Respecto al resto... creo que pasan bastante desapercibidos, incluso Noah, lo que es curioso, ya que es el otro miembro de la relación amorosa. 
Debo reconocer que el muchacho me cayó muy bien, y que durante un par de escenas me convertí en una colegiala llena de suspiros. Pero soy así, muy tonta. ¿Qué le vamos a hacer? 

En cuanto al final, si bien no creo que sea cerrado, sí que me hubiera gustado que hubiera algo más. Un detalle, un lo que sea, cualquier cosa para determinar con seguridad que la cosa no se terminaba ahí. 
Porque a pesar de la sencillez y de los tópicos, y del romance exageradamente azucarado... me agradó. Y si tenéis un ratito en el que no tengáis nada que ver, ¿por qué no darle una oportunidad?






jueves, 9 de agosto de 2018

Reseña: Horizonte Rojo (Rocío Vega)

Horizonte Rojo






Rea Kerr no es buena persona.

Como líder del grupo de mercenarios espaciales Horizonte Rojo, se dedica a disparar a gente de planeta en planeta por dinero. Bebe demasiado. Su vida social es un desastre y tiende a acabar en la cama con quien menos le conviene. Como, por ejemplo, con miembros de su tripulación.

Después de que una de sus misiones se le complique y deba enfrentarse a uno de sus compañeros, lo que parecía un encargo fácil acaba convirtiéndose en un infierno. Al fin y al cabo, Kerr no sabe qué es peor, si una lluvia de disparos de los bien entrenados soldados de la Torr’Arrian o las heridas emocionales, esas que los nanomédicos no curan tan fácilmente.

Horizonte Rojo es la nueva saga de Rocío Vega, una space opera que mezcla acción futurista con escenas eróticas realistas y atrevidas. Un encargo fácil es la primera entrega de una adictiva serie de novelas cortas en la que la dura mercenaria Kerr se enfrentará a comandos alienígenas, conspiraciones corporativas y a sus propios demonios.

Mi opinión:


¡Ey, ya estoy por aquí! 

No voy a daros excusas sobre el motivo por el cual tardo tantísimo en subir una reseña, pero... quiero que sepáis que hay muchos motivos que me tienen atrapada en una rueda de <<estar sin tiempo>> que empieza a asustarme. Pero como al final soy una valiente y tal, pues sigo dándole a la tecla en el tiempo que consigo arañar.
Así que aquí estoy, hablando de Horizonte Rojo, una novela que me regalaron en el Celsius 232 y de la que ya he hablado, brevemente, en mi canal de youtube.

¿Qué es Horizonte Rojo? Bien, este es un buen principio para hablaros de Rea Kerr y su tropa de mercenarios, pues ellos forman la compañía bautizada con semejante nombre. 
La novela, claramente de estética futurista, nos habla de las aventuras (o desventuras) de dicha compañía, aunque se hace un especial hincapié en el papel de la protagonista. La historia comienza con un golpe de acción, presentándonos a Kerr (y su negro carácter) de una manera envidiablemente sencilla. 

Como podéis suponer, la novela comienza con una de las misiones que debe cumplir Horizonte Rojo: algo sencillo, que da para vivir sin lujos, y que no estimula a Kerr por ninguna parte. No obstante, la suerte no es algo con lo que Kerr pueda contar a diario, así que lo que iba a ser algo fácil y sencillo se convierte en una trifulca... que terminará con la expulsión de uno de los miembros de la compañía. 

Y he aquí el pilar clave de la novela: ver como un problema que, aparentemente era fácil de resolver, se transforma en una conspiración de dimensiones épicas, que no solo arrastrará a Kerr a una aventura interespacial, si no también a aquellos que, a su manera, la quieren. 
La trama principal se basará en la resolución de los problemas ocasionados por este individuo (y la misión que Kerr, inocente de ella, decide aceptar), pero se verá adereza por el propio desarrollo del personaje, algo que, por cierto, me gustó muchísimo. (Ya hablé de Kerr en la vídeo reseña, y creo que ahí se ve claramente lo mucho que me gustó este personaje).

Horizonte rojo no es una novela muy larga pero, aunque lo fuera, la leeríamos en apenas un par de días. La narrativa de Rocío es directa, sin muchos adornos, con un estilo muy fluido y veloz que nos hace volar entre las páginas. Como buena space opera que es, la ambientación es muy buena, muy colorida aunque no llega a resultar pesada. Si hay algo que me ha gustado especialmente, ha sido el desarrollo social de la novela, pues todos los personajes de la misma aportan mucha riqueza a este mundo. (O bueno, a todos los mundos/planetas).

Los personajes también me han parecido muy carismáticos, pero he de reconocer que brilla más Kerr que todos los demás, pues los eclipsa con mucha facilidad. La personalidad de Rea es arrolladora, y tal y dije en el vídeo, es un tipo de personaje al que no estamos acostumbrados... pues su gama de grises es intensa lo que hace de ella un personaje muy visceral y real, con el que tenemos nuestros más y nuestros menos. (Como, por ejemplo, su clara xenofobia hacia los habitantes de otros planetas y el asco que le produce pensar en tener sexo con ellos). De los demás personajes, poco se puede hablar. Hay varios secundarios que son muy reconocibles y que aportan el drama y el humor a la novela, pero que sirven, realmente, para guiar a Kerr en su desarrollo social. ¿Y cómo se mueve ella por este ámbito?
Ya os he dicho que Rea es un personaje muy gris, así que sus modos de actuar también lo son. ¿Qué quiero con esto? Que tan pronto se enzarza en una pelea como se acuesta con el primero que pasa. Y esa es la gracia del personaje.

En cuanto a las escenas de sexo (sí, tengo que nombrarlas) ya dije en el vídeo que me parecían brutales, pues si bien es cierto que en este tipo de novelas no se suelen ver escenas sexuales, con Horizonte Rojo os vais a poner las botas, pues hay una escena sexual prácticamente en todos los capítulos. ¿Es necesario tantas? Depende del lector. A mi, a título personal, no me desagradó en absoluto, pues considero que el sexo es importante para Rea. Además, están muy bien escritas y son originales (nada del misionero y el perrito, el libro es un kamasutra cósmico).

En definitiva, esta primera incursión en el género me ha dejado muy buen sabor de boca, y es algo que sorprende gratamente. Os invito a que, si queréis buscar algo nuevo, le deis una oportunidad a este libro.

Muy recomendable.

¿Dónde podemos comprarlo?


En la editorial Café con leche. ¡Aquí

Escena favorita: 


Todas aquellas escenas en las que Kerr parece humana y no un mal humor andante. 

Vídeo-reseña



martes, 24 de julio de 2018

The rain (Serie)

The rain 



Seis años después de que un virus terrible arrastrado por la lluvia aniquilase casi a todos los humanos en Escandinavia dos hermanos daneses, Simone y Rasmus, emergen de la seguridad de su búnker para encontrar los restos de la civilización caída. Pronto se unen a un grupo de supervivientes jóvenes y juntos se embarcan en una aventura llena de peligros a través de la Escandinavia abandonada, en busca de cualquier señal de vida. Liberados de su pasado colectivo y de las reglas sociales, el grupo tiene la libertad de ser quien quiere ser. En su lucha por la supervivencia, descubren que incluso en un mundo post-apocalíptico todavía hay amor, celos, madurez y muchos de los problemas que creían haber dejado atrás con la desaparición del mundo que conocieron.

Mi opinión:

¡Sí, he vuelto a las series! Y no podía empezar de mejor manera que con The rain, una serie corta de Netflix que me ha servido para darme cuenta de que sí, el género post apocalíptico está de moda. (Guiño guiño, patada patada).
Es cierto que vi la serie hace ya tiempo, pero como he estado cojonudamente ocupada... pues no había podido hablar de ella. ¡Hasta ahora! Así que bueno, vamos con los puntos que nos interesan (porque si no voy a enrollarme a hablar de otras cosas).

¿De qué va la serie? Bien, The rain es la historia de cómo un virus ubicado en la lluvia provoca un rápido apocalipsis. El virus provoca una grave reacción alérgica (con una sola gota de agua, ¿vale? Así que a todos los que les pilla la lluvia están muy jodidos) que acaba con la muerte. Aparentemente nadie sabe de dónde ha salido el virus... excepto sus creadores, que se apresuran a salvar a sus familias. Es así como conocemos a Simone y Rasmus, dos niños que son encerrados en un búnker para ponerlos a salvo. Junto a ellos va también su madre y su padre, aunque este último (que es uno de los creadores del virus) decide dejarles allí para ir a tratar de solucionar el embrollo (aunque está la cosa jodida, porque apenas va a sobrevivir gente).

¿Cuál es el problema? Veamos... tenemos dos niños pequeños metidos en un búnker, uno de ellos muy activo, que sumado a una madre cansada y agobiada por los acontecimientos... resulta en una apertura de puertas indebida, un ataque de un hombre desesperado y una muerte horrorosa y rápida. El caso es que, al final, son solo Simone y Rasmus los que se quedan en el búnker... durante ocho largos años. O lo que es lo mismo, hasta que se quedan sin nada de comer (y todo esto mientras esperan a que su padre, el que prometió regresar, vuelva). 
Llegada a esta situación, se ven obligados a salir del búnker... y así descubrir todo lo que ha pasado durante ese tiempo: han acordonado una gran zona, llamada zona cero (en la que ellos están metidos) y de la cual no pueden moverse. La lluvia sigue siendo peligrosa, pero corre el rumor de que existe una cura tras las fronteras establecidas y que algunos de los que han sobrevivido son inmunes al virus.  

¿Y cómo saben todo esto? Pues porque nada más salir (casualidades de la vida) se topan con uno de estos grupos de supervivientes. Me hizo mucha gracia que fueran todos casi adolescentes, pero supongo que la historia no tendría tanto juego si fuera de otra manera. En general, como podéis suponer, las tramas de celos, amor y autodescubrimiento, se entremezclan con enfrentamientos, disputas y una continua búsqueda de sustento. 

El final, muy abierto, nos deja con muy buen sabor de boca... aunque es más que evidente que va a haber una segunda temporada.



¿Qué puedo decir de los personajes? En realidad no hay muchos personajes de los que hablar, ya que al ser algo post apocalíptico merma mucho el juego de personajes. Aun así, sí que puedo hacer una clara mención a Rasmus, clara base de la serie, que interpreta un papel muy curioso y, en mi opinión, complicado: un niño, convertido en adulto, que lleva ocho años sin ver la luz del sol... ni a nadie que no sea su hermana. Podríamos decir que ambos hermanos son dos polos opuestos: mientras Simone es realista y prudente, Rasmus es alocado y soñador, lo que le lleva a cometer muchos errores que pondrán en peligro al grupo. 
Respecto a los personajes secundarios, me gustó especialmente cómo se trata el tema de la amistad entre ellos, porque no es una amistad férrea, si no condicionada por la situación. (Hay un capítulo, de hecho, que se ve muy reflejada esto que digo). 

Algo que me ha gustado especialmente de la serie ha sido la fotografía. Aunque las muertes no han sido todo lo visceral que debían, me quito el sombrero ante los paisajes, absolutamente ideales. Incluso la caracterización de los edificios me pareció genial.

En definitiva, una serie corta y entretenida, que puede agradar a los seguidores del mundo apocalíptico. 


sábado, 21 de julio de 2018

¿Qué es Planeta Dónald? Entrevista a Adolfina García (Celsius 232)

¿Qué es Planeta Dónald?






El primer contacto de la humanidad con una especie extraterrestre se produjo en un momento en el que el planeta se encontraba agostado y contaminado, y la población, diezmada y debilitada por los efectos de una guerra mundial. En esas circunstancias, la aplastante superioridad tecnológica de los invasores les llevó a la colonización del planeta.

Han pasado 156 años y los dónald gobiernan el planeta con una dictadura paternalista, que coarta algunas libertades, pero permite que los humanos lleven vidas tranquilas y confortables. Sin embargo, todo va a cambiar por la irrupción de un grupo extremista y el descubrimiento de una amenaza de origen desconocido que se cierne sobre el planeta.

En esta sociedad mestiza en transformación deambulan varios personajes: Connie, una mujer con fobia social experta en cinematografía arcaica; Max, un adolescente que se involucra en el activismo antidónald; Vidar, un ermitaño que vive en los bosques de Oslo; Jim, un alcohólico atormentado por la muerte de su hijo; Pilar, profesora en la reserva de Iberia, y un dónald, Alper, sobre cuyos hombros pesa la responsabilidad de llevar las riendas del continente más poblado del mundo: Europa.

Hoy conocemos a... Adolfina García 





Bueno, esta ha sido mi primera entrevista oral, así que espero que os guste... ¡y que me pidáis más! Haré todo lo posible para contactar con más autores. 

¿Dónde comprar el libro?


Podéis comprarlo en la web de la editorial. ¡Justo aquí

jueves, 19 de julio de 2018

El último soñador (Primer capítulo)



¡Hola a tod@s!

Sé que nunca se me ha dado bien esto de la publicidad, pero estoy haciendo un esfuerzo enorme para que El último soñador llegue un poco a todas partes. Me he dado cuenta de que os asusta un poco enfrentaros a la novela, así que... os voy a dejar el prólogo y el primer capítulo para que os animéis a remover sus entresijos :D



Siempre había sido un alma solitaria y melancólica. Siempre, pues su esencia era tan sombría y oscura como la noche que lo arropaba, que lo acunaba cada segundo, cada minuto de existencia…
Pero, ¿de qué existencia hablaba? ¿Acaso aún podía pensar en ella como algo que existía? ¿Cómo algo tangible? ¿Cómo algo de lo que podía disfrutar?
No… claro que no. Su paso por aquel mundo estaba llegando a su fin, tras milenios acariciando la vida. Lo sentía en cada latido, en cada exhalación, en cada estremecimiento de su cuerpo.
Se moría.
Dejaba de existir.
Lo dejaba todo… absolutamente todo. Cualquier cosa que en algún momento le hubiera importado, por diminuto que fuera, iba a quedarse allí, arrasado por el olvido y por los que le seguían. Y eran tantos ahora… una muchedumbre enloquecida que ya no era capaz de sentir nada, por brutal que fuera.
Ni siquiera le sentían a él, que había sido el pilar de la vida durante tanto tiempo.
Búho aspiró con fuerza y se dejó caer de rodillas. El polvo blanquecino que se levantó impregnó su ropa, deshecha, rota, hecha jirones. Inservible.
<<Inservible…>>
Aquella diminuta palabra, cuyo eco resonó en cada rincón del templo, se clavó en su alma con una fuerza inhumana, que le hizo boquear y llevarse las manos al corazón.  Lo sintió latir una vez, y luego otra, pero había tan poca vida en esos latidos que supo que, posiblemente, aquel sería su último día.
¿De verdad iba a morir de aquella manera? ¿Solo? ¿Abandonado? ¿Olvidado por todos?
¿Iba a dejar el mundo con esa facilidad, después de todo lo que les había entregado a ellos?
—Ingratos… malditos ingratos —susurró, y cuando lo hizo, cuando dejó escapar su voz, lamentó la acritud con se despedían de él. Y cerró los ojos con fuerza, negándose a ver cómo las palabras huían con el viento—. Lo siento… lo siento tantísimo.
Verdaderamente sentía abandonarles a todos en aquella tesitura. Sentía la culpa acuchillándole el alma, el espíritu, el corazón… todo lo que aún seguía vivo en él, aunque fuera durante tan poco tiempo.
Búho boqueó al sentir el frío rodeándole y aunque se estremeció con fuerza, agradeció la caricia. Incluso levantó la mano, pálida y temblorosa, para sentir aún más las ráfagas que, de vez en cuando, atravesaban el velo que lo separaba de la realidad y del mundo. La fría brisa sacudió sus ropajes, y después trepó por sus hombros, hábil y dulcemente. Acunó sus mejillas y besó sus labios con una delicadeza abrumadora, con una ternura apenas existente en las capas del mundo.
Y él sonrió, como solo él hacía. Abrió los ojos, de colores distintos, y permitió que el aire hundiera los dedos en su pelo plateado.
—¿Vienes a despedirte? —preguntó con dulzura, mientras se estremecía con fuerza.
No escuchó respuesta alguna, pero sintió en algún punto de su cuerpo que no era así. Aunque parecía increíble dadas las circunstancias, su vieja compañera de fatigas no traía consigo palabras de consuelo, ni frases que le ayudaran a cerrar los ojos por última vez.
Entonces, ¿qué hacía allí, tan lejos de todo?
Espoleado por la curiosidad latente que conformaba su ser, se levantó, aunque eso mermó sus energías aún más. Arrastró los pies por encima del polvo, por encima de su propia melancolía y siguió la estela brillante del viento durante un tiempo que no midió y que no sintió, pues a esas altura apenas podía discernir qué era dolor y qué no. Qué era vida y qué no. Quién era él y quién no…
Y cuando sus divagaciones rozaron la no existencia, la brisa se detuvo. Y Búho lo hizo con ella.
—¿Dónde estamos? —preguntó, con la voz ronca y desgastada, usando en esa frase timbres que ya nunca pensó que escucharía.
Se encontraba muy lejos del templo donde había vivido, y muy lejos de cualquier punto que le resultara mínimamente familiar. Sin embargo, había algo en el ambiente, algo oculto entre las motas de polvo que le reconfortaba el corazón. Era apenas un vestigio de un aroma, de una delicada fragancia… un mero destello de vida.
Búho parpadeó y escudriñó la planicie cubierta de niebla desgarrada y fría. A su alrededor solo había sombras oscuras, y pensó, espoleado por las últimos coletazos de existencia, que desaparecería sin sentir un ápice de luz.
Pero se equivocaba.
Claro que se equivocaba.
Pues entre la niebla y el frío, entre la soledad y la melancolía, tras el silencio y la bruma… había luz. Y había vida.
Y por encima de todo, ella, la única que quedaba: la última esperanza del mundo.









El grito desgarrador que sintió arrasar su garganta resonó por las paredes, llenando de ecos la pequeña habitación. Incluso cuando Nadia despertó y se incorporó de la cama, jadeante, pudo escuchar su propia voz perdiéndose en cada rincón.
De inmediato el sudor frío que resbalaba por su espalda la hizo tiritar. Sus dientes castañearon de manera estrepitosa, originando una melodía desafinada que hirió sus oídos, así que se forzó a apretar los dientes.
Estaba sola, evidentemente, aunque en el sueño que acababa de tener no lo parecía. Recordó, mientras se frotaba los brazos con fuerza, alguno de los detalles, aunque estos se difuminaron en la cruda realidad poco después. Solo quedó en su memoria los ojos de aquella criatura: uno dorado intenso y otro azul, tan azul que parecía translúcido… casi de cristal.
Volvió a estremecerse de frío, así que se levantó renqueante y se acomodó cerca de la pequeña estufa de gas. En cuanto la encendió sintió la cálida caricia del aire que expulsaba, así que alargó las manos hasta casi quemarse la yema de los dedos.
El silencio volvió a asentarse en la comodidad de la habitación, roto solo por el suave zumbido intermitente del aparato, aunque a ella le daba la sensación de que este era intenso y crudo, y que despertaría a todos los demás.
Después recordó que había gritado y que posiblemente alguno de sus compañeros la hubiera oído. ¿Y si era así…? ¿Y si habían avisado a Quemada? El pánico que sintió al imaginar la situación hizo que se levantara y apagara a toda prisa la estufa. Después volvió a la cama, temblando de frío y temor. Y cuando los minutos pasaron y nadie vino a por ella, sintió asco. Asco hacia sí misma y hacia su terror. Asco hacia su impuesta soledad.
Asco. Siempre asco.
Nadia contuvo las náuseas que estremecían su cuerpo y apretó los puños alrededor de las sábanas hasta que la angustiosa sensación desapareció. Después relajó las manos, suspiró profundamente y clavó sus ojos oscuros en la ventana. Vio a través del cristal la nieve, blanca y joven, que acababa de empezar a caer.
Y aunque no sentía ninguna alegría, sonrió, porque su cuerpo se lo pedía, se lo suplicaba.
—Es la primera sonrisa que veo en tus labios, criatura. ¿Cómo es posible que sea así? Tienes ante ti un magnífico espectáculo que... —Se detuvo y sonrió, pero no añadió nada más. Ni siquiera un breve suspiro o un gesto conciliador.
Nadia escuchó la voz de Búho como si  esta perteneciera a otro mundo: lejana, discordante, desafinada, incluso. No llegaba a ser desagradable, pero desentonaba bruscamente con todos los demás sonidos... o con el propio silencio. Y en aquellos momentos, cuando todo estaba silente y aparentemente tranquilo, su voz tuvo el mismo efecto que una alarma antiaérea: rebotó en cada pared e hizo vibrar el vaso de plástico que había sobre la mesilla, y después, cuando alcanzó a Nadia y la acarició, esta se tapó los oídos, como si aquella voz masculina le hiciera daño.  Después apretó los labios con fuerza y cerró los ojos, aunque él sabía que ya le había visto.
—Muchacha...
La joven gimió de terror, de miedo, de pánico. Todo junto y a la vez, como si él fuera la esencia de su turbación... y no alguien que deseaba ayudarla. ¿O era ella quien tenía que ayudarle a él? ¿Qué hacía allí, en verdad?
La idea de que se equivocaba navegó por las brumas de su pensamiento hasta que desapareció, ahogado por otros muchos. Sacudió la cabeza para despejarse, se estremeció de frío y volvió a mirar a la joven: seguía inmóvil, murmurando cosas que él no comprendía. Lo único que entendió al verla fue su miedo hacia él: visceral y profundo. Salvaje.
Y aunque estaba familiarizado con esa clase de sentimientos, le escoció que fuera ella la que los sostuviera con tanta fuerza. Precisamente ella, que le había salvado la vida... aunque aún no fuera consciente de ello.
La miró una última vez desde las sombras que se extendían por toda la habitación. Vio su pelo oscuro, sus mejillas pálidas, sus manos pequeñas e inocentes. Fue entonces cuando decidió que no la abandonaría, aunque tuviera que dejarla por ahora.
Búho no se despidió de Nadia.
Y Nadia no fue consciente de que Búho se había ido hasta mucho después, cuando los pájaros cantaron bajo el sol de de un nevado amanecer.

***

Siete días.
Llevaba siete días exactos teniendo la misma pesadilla. Daba igual lo que hiciera para evitarlo, el caso es que siempre terminaba soñando con él. Al principio el sueño era plácido y cálido, lleno de luz y de una música tan característica como extraña, que estaba segura de poder reconocerla en cualquier parte. Pero luego, a medida que ella avanzaba a través de las columnas, todo se ennegrecía, se oscurecía, desaparecía. Y el ambiente tranquilo del que había disfrutado se tornaba en algo mucho más siniestro.
Nadia se estremeció con fuerza cuando recordó el preciso momento en el que escuchó el grito. Siempre ocurría en el mismo momento, poco después de cruzar un arco de piedra grisácea. Apenas daba un par de pasos hacia delante, hacia la negrura, cuando él salía de ella: un joven delgado, con los ojos de dos colores y melena larga, plateada... que la miraba con una intensidad brutal y desgarradora. Solo entonces, ocurría; el grito resonaba por todo el sueño —la pesadilla ahora—, y agrietaba el mundo con fuerza, derrumbándolo a su alrededor.
Se despertaba justo en ese instante... o eso creía. Porque tras cada grito y tras cada <<despertar>> volvía a descubrir al joven de los ojos extraños. Daba igual donde durmiera o donde estuviera, porque cada vez que abría los ojos le veía frente a ella. Y le escuchaba hablar. En realidad nunca se había parado a intentar entender sus palabras, porque el miedo podía con ella... lo cual era cómico, pues a sus diecinueve años no debería tenerle miedo a la oscuridad. Pero así era. Y llevaba ocurriendo siete largas noches. No era de extrañar que apenas tuviera fuerzas para nada; ni para su día a día ni para emprender el viaje.
El viaje...
Nadia sacudió la cabeza mientras bajaba las escaleras que llevaban al almacén en el que trabajaba. Contó cuarenta y siete escalones antes de llegar a la puerta de acero y una vez allí, llamó al marcador de brillante latón. Pasaron exactamente nueve minutos hasta que alguien se decidió a abrir la puerta. Nueve minutos en los que su mente aprovechó para recordar sus vagos intentos de realizar <<el viaje>>. Sabía que estaba retrasando demasiado su marcha, pero realmente no se sentía preparada para dejar atrás todo lo que había conocido en esos últimos años.  Habría jurado incluso que allí estaba <<bien>>, si no fuera porque el miedo seguía empapando cada uno de sus actos y ya no sentía la apacibilidad de meses atrás. De hecho, pensó, mientras entraba en el largo recibidor del almacén, ya casi no sentía nada. Salvo el miedo, claro. El miedo la seguía allá donde fuera. Daba igual lo lejos que viajara, en algún momento las cosas se trastocaban y terminaba perdiendo el norte. Entonces el miedo regresaba... y vuelta a empezar; un viaje, un destino, una vida nueva. Ella era de las pocas criaturas vivas que seguían esa rutina, pues no dejaban que la desesperación y el olvido se adueñaran de las pocas acciones que les quedaban. Los demás, en cambio, ya habían sido sometidos por los horarios y el abandono.
—Llegas pronto.
La voz metalizada de Número atravesó la nube de pensamientos en la que estaba inmersa. Inmediatamente después fue consciente de lo que la rodeaba: el polvo negro que impregnaba las estanterías de piedra, el largo pasillo terminado en una minúscula ventana que daba al exterior. La luz artificial de las tres lámparas de techo, que parecían sincronizar sus espantosos parpadeos. Y luego estaban las cajas, apiñadas las unas sobre las otras, llenas de los recuerdos desechados de las personas de la ciudad.
Nadia suspiró profundamente y siguió al hombre que había acudido a buscarla. Número era uno de los que más tiempo llevaba trabajando allí, así que, de alguna manera, se había hecho con el control de los empleados. No era amable, ni desagradable... simplemente era como era, una mezcla de virtudes y defectos de lo más peculiar. Nadie allí había sido capaz de ahondar un poco en su historia, aunque visto lo visto, también podía ser que ya no tuvieran ganas de realizar ni ese esfuerzo.
—Lo siento —contestó ella, con su voz aflautada y suave—. No he dormido bien esta noche.
—¿Y quién duerme bien a estas alturas? A menos que estés completamente consumido, a todos nos cuesta estar bien...
Nadia se estremeció al escuchar la palabra <<consumido>>. Todos los trabajadores del almacén —en realidad todo el mundo— conocían el crudo significado de esa palabra. Todos lo habían visto en algún momento... o lo habían vivido en sus propias carnes. En el caso de Nadia era algo que ocurría muy a menudo, para su desgracia. Todos sus viajes comenzaban cuando alguien a quien ella quería era consumido. Entonces el miedo regresaba y estiraba sus tentáculos hacia ella, dispuesto a alimentarse de la poca cordura que aún conservaba.
Pero aún podía decir que estaba viva... lo que era, con mucho, una auténtica proeza.
—¿Cómo está Victoria? ¿Ha mejorado?
—No. Ya ha pasado por la fase de las lágrimas. De ahí a que se consuma hay poco. Dudo que supere esta noche.
La tristeza golpeó a Nadia con una fuerza tóxica y visceral. Sintió el dolor más angustioso en el centro de su alma, justo donde se alojaba su corazón. Las lágrimas anegaron sus ojos con rapidez y tuvo que contener un gemido dolorido. ¿Por qué el mundo era tan cruel? ¿Por qué trataba así a las criaturas que lo habitaban? ¿Era acaso algún tipo de venganza? Desconocía la respuesta, si es que existía alguna.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y apretó los dientes con fuerza. Después escondió su pesar tras una mueca y se limitó a asentir una y otra vez, como si no le importara que aquella joven desapareciera de su lado.
—¿Puedo ir a verla?
Número se encogió de hombros. Su casi esquelético cuerpo se estremeció y sus ojos, hundidos y negros, se entrecerraron un momento, molestos. Pero no dijo nada mientras se limitaba a recorrer el pasillo.
Nadia, en cambio, echó a correr en dirección contraria. Recorrió a toda prisa los dos pasillos que componían el almacén y abrió una puerta lateral que daba a la sala de las calderas. Aquellos aparatos llevaban años sin usarse, como podía suponerse por la herrumbre que les cubría, pero servían de refugio para quienes no tenían adónde ir.
Victoria era una de esas personas.
Al igual que Nadia, también había huido del olvido y de las sombras que siempre lo acompañaban. Había llegado al almacén unos meses antes, repleta de vida y de buenas palabras. Durante mucho tiempo ella se había encargado de mantener a todos los demás en buen estado, pues su risa y sus ganas de vivir la hacían prácticamente, intocable. Pero poco después apareció Norma, y todo se fue al traste.
El amor que las había unido a ambas había sido intenso e inconmensurable, y gracias a ellas el almacén se había convertido en el refugio ideal para todos aquellos que se rebelaban contra la rutina que consumía al mundo. En aquellas dos mujeres se adivinaba el ansia de vivir, la necesidad pura y dura de seguir adelante; de no dejarse vencer.
Nadia las había considerado heroínas. Porque, ¿quién se atrevía en los tiempos que corrían a rebelarse con tanta fuerza? ¿Cómo eran capaces, simplemente, de ser tan felices cuando las sombras recorrían las calles?
Pero a pesar de su fuerza y de sus ganas de continuar en el mundo, Norma murió de un infarto. Ni siquiera la juventud la salvó de un destino que, pese a ser cruel, era infinitamente mejor que el que sufriría su novia semanas después.
Al morir Norma, todo se había apagado: la felicidad de Victoria, sus ilusiones, las ganas de vivir. Y aunque todos en el almacén —o casi todos— habían tratado de levantarle el ánimo, fueron conscientes poco después de que la desesperación se haría con ella. Daba igual lo que hicieran para devolverle la alegría, porque sabían que ya era tarde. Y como todos los <<consumidos>> anteriores, Victoria empezó a vivir las últimas fases de su existencia como ser propiamente humana: primero dejó de gritar y de lamentarse. Después dejó de suspirar. Olvidó también a Norma y lo que sentía por ella, aunque todos trataban desesperadamente de recordárselo. Perdió la ilusión que siempre la había caracterizado… y empezó a consumirse, rápidamente. Todo lo bueno que conformaba al ser humano empezó a desaparecer de su cuerpo, que poco a poco languidecía.
Y ahora, Nadia sabía que había llegado a la fase de las lágrimas. Casi la última. Tras esa llegaría el momento en el que su alma abandonaría el cuerpo, y dejaría solo una cáscara vacía que seguiría funcionando… pero que no poseería vida, ni nada que se pareciera a ella. Sería solo una marioneta de las sombras que Desesperación y Olvido hacían pulular por la tierra.
No sería nada… ni nadie.
Nadia alcanzó el extremo de la sala de las calderas a tiempo para ver cómo Victoria se convulsionaba debido al llanto desgarrador que la recorría. Sintió que su pena estallaba dolorosamente en su pecho, similar a un mazazo físico. Sus ojos también se llenaron de lágrimas que pronto recorrieron sus mejillas, dejando surcos húmedos en su piel.
—No… por favor, Vic, no... —susurró frenéticamente, mientras se arrodillaba junto a ella. Contempló con horror como la joven no cesaba en su llanto, que cada vez subía más y más de volumen, hasta alcanzar unas notas hirientes y agrias—. Escúchame, estoy aquí… todos estamos aquí —mintió, mientras tiraba de sus manos hacia sí misma. Lo que vio bajo ellas la dejó sin respiración por un momento, pues sus ojos ya casi no tenían vida: se habían apagado a tal velocidad que su dulce color verde estaba teñido de una oscuridad abrumadora—. Vic, por favor…
Pero ella no contestó. Siguió llorando con esa desesperación tan brutal de la que hacía gala.
Nadia también lloró, abrazada a ella. A pesar de que sabía que la joven estaba completamente perdida y que su alma pronto la abandonaría, se resistió a abandonarla en aquel lugar, en aquel momento. La acunó contra su pecho y la meció, como haría una madre con su hija.
Número apareció a su lado poco después, envuelto en un abrigo tres tallas más grande que él. Apoyó la mano en su hombro, carraspeó y se sentó junto a ellas, en completo silencio.
Apenas diez minutos después, Victoria dejó de llorar. Abandonó por completo las lágrimas, la desolación, la vida. Dejó sus recuerdos a un lado, junto a todo aquello que alguna vez le había causado alguna felicidad. Después se levantó del suelo, vacía, vacua, deshabitada de humanidad.
Y bajo la desolada mirada de quienes se habían considerado sus amigos, se marchó para no volver.

***

El dolor que Búho sintió fue incluso peor que el que sintieron Nadia y Número. Fue un golpe brusco, intenso, lleno de una malicia y un pesar sin parangón. Gritó como hacía tiempo que no gritaba, a pesar de que sabía que allí, en aquel rincón oscuro y sombrío, no había nadie que pudiera escucharle.
Aun así lo hizo una y otra vez, hasta que la voz se tornó en un gemido, y ese gemido, en llanto.
Lloró en soledad durante un tiempo que se le antojó infinito e imperecedero. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, hasta que el tiempo apaciguó el sordo dolor que le taladraba el pecho. Y aun así este no desapareció del todo, ya que una pérdida así era imposible de olvidar… o de hacer desaparecer. Había perdido a Norma y Victoria. Las había perdido a ambas, cuando pensó que quizá ellas podrían convertirse en sus adalides… en sus mensajeras cuando él ya no estuviera.
Pero la vida tenía otros planes, otros caminos secretos y recónditos que ni siquiera él, con su poder, podía trastocar.
Ahora solo le quedaba ella.
Ella…
Búho levantó la mirada y contempló las piedras grisáceas y negras que tenía alrededor, sin llegar realmente a verlas. Su atormentada mente dibujó a Nadia en las sombras, en el polvo, en el fondo de sus ojos bicolores. En cualquier objeto que existiera ante él.
Recordó las visitas de esos siete días y sonrió a pesar de la desdicha que aún aguijoneaba su cuerpo. Nadia era un pequeño sol en mitad de la negrura que consumía al mundo, aunque ella desconociera por completo esa realidad.
De hecho, pensó, mientras se levantaba penosamente del suelo, él era uno de los pocos que sabía que Nadia podía ayudar a que el mundo se recompusiera. La revelación había sido brusca y para nada esperada, pero agradecía que sus amistades siguieran vivas… y que se preocuparan por él, pues sin ellas su existencia se habría marchitado días antes.
A pesar del agotamiento que Búho cargaba sobre los hombros, se movió en dirección a la llanura que se extendía frente a las columnas del templo. La niebla, desecha y blanca, lamió sus pies descalzos y le hizo temblar de frío. Pero para él esos detalles se habían transformado en nimiedades, pues por encima de las banalidades y de los deseos, había algo más importante. Algo que lo mantenía cuerdo. Que lo mantenía vivo.
Algo indestructible… y que Nadia albergaba bajo capas y capas de miedo.
Un secreto que debía ser compartido… o el mundo moriría.

***

A Nadia le costó volver al trabajo y hacer como si nada hubiera pasado. Número sí lo hizo, con relativa facilidad, así que ella lo imitó cuando las últimas migajas de sus lágrimas se secaron sobre el suelo. Después se levantó, se frotó los brazos para entrar en calor y regresó al almacén, donde atisbó por el rabillo del ojo la inconfundible figura de la que otrora había sido Victoria. Ahora ésta vagaba de un lado a otro, cumpliendo la rutina esclava que había condicionado sus últimos meses de existencia. Y seguiría siendo así durante un tiempo... hasta que la carcasa en la que se había convertido se secara.
Entonces sería pasto de los <<rapiñadores>>  y poco después, cuando la llevaran a la ciudad, pasaría a ser cargo de los <<cremadores>>. A veces, pensó, asqueada, ni siquiera hacía falta que los <<consumidos>> estuvieran secos del todo, pues ellos no tenían ningún tipo de escrúpulo.
La joven se estremeció con fuerza al pensar en ese último destino, cuya mención le resultaba desagradable y vomitiva. Era cierto que los tiempos habían cambiado, y que con el paso de los años la energía se había vuelto difícil de obtener. La electricidad era un lujo que muy pocos podían conseguir, el petróleo ya no existía... la energía solar era prácticamente imposible de conseguir. Ahora el mundo se regía, una vez más, por el vapor y la hulla, aunque en los últimos años la energía química que desprendían los <<consumidos>> al ser quemados era la opción más rentable. Incluso había campos de reclusos donde impulsaban a los seres humanos a abandonarse a la locura... para ser quemados en cuanto los primeros síntomas del proceso de consumición aparecieran.
El mundo se moría. Se despoblaba rápidamente. Se consumía en la miseria que los propios humanos habían desatado sobre su superficie.
¿Y qué hacían ellos para remediarlo?
Nada. Absolutamente nada. El miedo y el cansancio acumulado durante generaciones se lo impedía.
¿Qué les quedaba, entonces, si todo estaba ya casi muerto?
Muchos de los que quedaban habían decidido dejarlo todo de lado, y limitarse a vivir como hubieran hecho si las cosas hubieran sido de otro modo: seguían trabajando y  luchando por conservar lo que les rodeaba, aunque fuera poco y estuviera muy castigado.
Otros, en cambio, se dedicaban a huir de la negrura y buscaban, por encima de todo, una luz que les guiara y que les demostrara que toda su existencia no tenía por qué terminar ahí.
Nadia era una de ellas.
Se había criado en el campo, lejos de la contaminación y del bullicio urbano. Hasta allí no llegaban las sombras de la desdicha, así que durante unos años, fue feliz junto a su madre. En cambio, su padre, el único trabajador de la familia, fue consumido durante su tercer año en la fábrica Maltus, esa que se dedicaba a crear espejos. Por aquel entonces Nadia desconocía por completo la naturaleza de los <<consumidos>>, de hecho, ni siquiera sabía qué eran... pero no tardó en descubrirlo. El mismo día en el que el presidente Holm, de Campamento, se hizo con el poco poder que quedaba en el mundo, Nadia se topó con lo que quedaba de su padre: estaba a pocos metros de la puerta de casa, tendido e inmóvil. Su cuerpo no respondía. Su alma, tampoco.
Y cuando ella gritó, su madre, que ya sabía qué esperar, la apartó delicadamente... y le explicó que el mundo se había vuelto contra los humanos. Que los sentimientos que antes adormecían con medicamentos se habían rebelado, y que ahora tomaban posesión de los cuerpos que habitaban.
Le contó, con palabras cuidadosamente seleccionadas, que tenía que tener cuidado, pues en aquellos momentos aciagos todos eran una presa fácil de la pena, la desesperación y la melancolía más dañina. Y le recordó, con una frágil y dulce sonrisa, que aún no estaba todo perdido, pues quedaban cosas buenas en el mundo.
Nadia creció con esa certeza, aunque cada día que vivía le costaba un poco más encontrar esas <<cosas buenas>>. En sus diecinueve años había encontrado pocas, era cierto, pero las que poseía las conservaba con fervor: un libro de un tal Tolkien, un disco de un grupo cuya portada estaba tan machacada que era imposible leer su nombre, una fotografía de su madre y su padre juntos. Un juguete de cuerda que encontró tirado en la calle, y un dvd que solo había visto una vez, pero que había conmovido su corazón con fuerza.
Cuando su madre murió, dos años antes, de una enfermedad respiratoria, Nadia decidió seguir adelante y no estancarse en ese dolor silente y peligroso que se había acomodado en su alma. Durante días caminó sin rumbo, alejándose de las grandes ciudades y buscando, desesperadamente, a gente como ella, que no hubiera caído en garras de las sombras del mundo.
Y la encontró, por supuesto, pero eso no fue siempre bueno. Descubrió, con cada paso que daba, a los <<rapiñadores>>, a los <<consumidos>>, a los <<cremadores>>. A los meros humanos que luchaban por sobrevivir. Y después, mucho después, encontró a los <<soñadores>>.
Los <<soñadores>> eran unas criaturas maravillosas. Había muy pocos de ellos repartidos por el mundo, pero su mera presencia hacía que el tiempo fuera dulce y pacífico. Eran, en cierto modo, los únicos capaces de curar al mundo: contaban historias de épocas pasadas, imbuían el alma de optimismo, les enseñaban que, a pesar de su poder, las sombras retrocedían ante la luz.
Pero eran tan pocos, y estaban tan solos que, poco a poco, Nadia dejó de encontrarlos. Se aferró, sin embargo, a esa idea de vida, a ese modo atávico de existencia que tan increíble y fascinante le parecía. Otros lo hicieron con ella, en diferentes lugares del mundo. Y tiempo después se encontraron a las afueras de la ciudades o escondidos en pequeños bares, al calor del fuego. Compartían las historias que habían escuchado de otros <<soñadores>> y de esa manera, aunque fueran completamente ignorantes de ello, alargaron su vida y la de quienes los rodeaban.
Hacía meses que Nadia no se topaba con ninguno. Pero ahora que Norma y Victoria no estaban, disponía de un motivo para marcharse y seguir buscando.
—Te vas a marchar ¿verdad?
La voz de Número impactó en su mente y disolvió la nube de oscuridad que se había formado en su cabeza. Levantó la mirada, clavó sus ojos de chocolate en los negros de él, y asintió, con una triste sonrisa.
—Aquí ya no hay nada que me ate —contestó—. Si sigo en el almacén... llegará un momento en el que no salga. Y no estoy dispuesta a pasar por eso. Otros quizá sí... pero yo no. Claro que no. Y tú también deberías marcharte… estás arriesgando mucho quedándote tanto tiempo en un sitio.
Número sonrió a duras penas y después se encogió de hombros, indiferentemente. Él no estaba hecho para los viajes… además, había encontrado en aquel almacén un motivo para seguir adelante hasta que se consumiera o muriera, lo que llegara antes. Pero aunque no lo dijera, admiraba la determinación de su joven empleada.
—Este es mi sitio, Nadia. No puedo dejarlo así como así. Aunque el mundo se esté yendo a la mierda, sigue funcionando… y eso es gracias a los que nos quedamos por aquí, trabajando diligentemente. Quemada es testigo de ello… lleva en el hostal más de treinta años.
—¿Cuarenta años? ¿De veras?
—Sí, así es… lleva trabajando ahí desde antes de la Hecatombe.
—Nadie lo diría —murmuró Nadia en contestación y miró de soslayo a la figura errática de Victoria, que se afanaba en colocar las cajas que acababan de llegar de la ciudad. Al verla sintió una punzada de tristeza en el corazón, pero no se acercó a ella.
—Si vas a marcharte, hazlo después del curro. —Número la miró con aire crítico, pero su gesto se suavizó cuando le puso la mano en el hombro—. Mira entre las cajas, lo mismo encuentras algo que quieras quedarte antes de que se lo lleven para quemarlo.
Nadia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Unas eran de profunda tristeza, pues dejaba atrás un lugar confortable y querido, otras eran de alegría, pues después de tantos meses volvía al camino. Y otras… otras no tenían nombre, porque resbalaban por sus mejillas antes de saber a qué pertenecían.
Abrazó a Número siguiendo un impulso del corazón, de esos que ya se veían y sentían poco. Lo estrechó entre sus brazos a pesar de apenas conocerse, a pesar de que su relación nunca había avanzando lo suficiente como para normalizar esa clase de gestos.
Pero lo hizo, porque sentía en el fondo de su corazón que era lo más correcto.
—Te veré después —se despidió. Después le dedicó una sonrisa ligera y triste, y se marchó por el pasillo que tenía frente a ella.
El almacén era uno de los grandes tesoros que tenía aquella ciudad. Estaba lleno de cajas y bolsas llenos de recuerdos de otras personas. Había cosas útiles, inútiles, hermosas, rotas, brillantes… algunos de los objetos databan de fechas muy anteriores a la Hecatombe, pero ya no había nadie que valorara esas cosas. Había también ropa, tabaco, linternas sin pilas, palas, escopetas… y un sinfín de herramientas por las que la poca gente que quedaba se peleaba. Lo que nadie quería, o lo que habían olvidado allí, seguía almacenado en esas cajas…y así seguirían hasta que los <<cremadores>> mandaran una patrulla para conseguir objetos que usar de combustible extra.
Nadia cogió la primera caja del estante más bajo y la abrió: el olor a cerrado y a húmedo invadió sus fosas nasales y le recordó, de una manera muy lejana, al sótano en el que había vivido durante tres días, en las cercanías de Londres. En el interior de la caja había dos bolsas pequeñas, un neceser de color azul y amarillo y un montón de pintalabios cerrados. Ignoró el maquillaje y se dedicó a abrir las bolsas: en su interior encontró un pijama,  unas zapatillas deportivas que apartó a un lado y un bote de colonia. En la otra encontró un surtido de camisones que rezumaban olor a viejo y un cepillo de dientes roto, que despachó rápidamente. Ignoró por completo el neceser, y después cerró la caja. Cogió otra mucho más voluminosa, pero tampoco tuvo suerte en ella, pues no encontró nada que conmoviera su corazón… ni que la hiciera falta. Pero no desistió en su empeño y gastó las siete horas siguientes en abrir cajas, bolsas y diferentes maletas.
Para cuando terminó, todo estaba oscuro y silencioso, y solo quedaban unos pocos en el almacén: la inexistente Victoria, que rondaba penosamente por el pasillo, Número, que comprobaba que todo estaba en su lugar… y ella. Los demás se habían marchado a sus hogares, o al lugar en el que estuvieran durmiendo en esos momentos.
—¿Has encontrado algo interesante?
Nadia alzó la cabeza y movió el cuello hacia los lados para aliviar la tensión que se había acumulado en sus cervicales. Después cogió una enorme mochila que había encontrado y sonrió mientras la acercaba.
—Había cosas realmente maravillosas ahí dentro. Es una lástima que tantas cosas útiles terminen en los hornos —contestó, mientras acomodaba la mochila en el suelo y sacaba los tesoros que había decidido adoptar.
—Los hornos mantienen con vida a las ciudades —respondió Número, aunque sabía a ciencia cierta que no era así—. Y para que los hornos funcionen necesitan combustible.
Nadie puso los ojos en blanco al escucharle. Lo que acaba de decir era otra de las grandes mentiras que pululaban por aquel mundo casi extinguido: que los hornos los protegerían a todos. Si bien era cierto que en un principio había sido así, con el transcurso del tiempo cambió radicalmente su uso: la falta de combustible obligó al ejército a reducir las zonas iluminas con fuego puro —lo que evitaba que las dañinas sombras entraran y les infectara con el virus— y, por tanto, a reducir el flujo de gente que entraba en aquellos anhelados santuarios. Al principio, cuando ella era niña, existían calendarios zonales que permitían entrar a la zona protegida de manera gradual, pero que nunca llegaron a buen puerto. La desesperación de los que no vivían a la luz y el calor de los hornos provocó que hubiera auténticos conflictos que terminaron con el cierre absoluto de las fronteras.
Ahora solo unos pocos elegidos vivían en el círculo protector de los hornos… y se dedicaban a explotar a los que vivían fuera, porque sin su trabajo se acabaría el combustible.
—Sabes que nunca nos dejarán entrar en los hornos, ¿verdad?
Número se encogió de hombros y cerró la libreta que tenía entre las manos.
—En algún momento tienen que reproducirse si no quieren extinguirse ¿no crees?
La joven rio ante su respuesta pero de sobra sabía que su esperanza estaba completamente rota. Nadie en su sano juicio saldría de los hornos para buscar pareja, y menos en los tiempos que corrían.
—Tienes razón —admitió ella, con una sonrisa cómplice y serena—. Ya no nos quedan lágrimas que derramar ¿verdad?
Número asintió, sin sonreír.


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